Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

La sabiduría popular se acumula en el refranero que suele tener casi una ilimitada cantidad de asertos para aconsejar sobre qué hacer. Especialmente viene al caso aquel que dice “cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”.

En fecha reciente Francia ha regulado el uso de las emisiones de los dispositivos Wifi en centros educativos, tanto de infantil como primaria, mediante una ley, la 2015-136 del 9 de febrero 2015, que regula la simplicidad, transparencia, información y consulta sobre la exposición a los campos electromagnéticos. Los equipos de acceso a internet inalámbricos (WiFi), generan campos electromagnéticos que ejercen su influencia sobre todo ser vivo que en ellos se sumerge. De sus efectos nocivos se alimenta un debate que lleva años sin llegar a conclusiones definitivas, pero por si acaso, en la vecina Francia ya han acordado mediante ley nacional lo siguiente: Que no puede haber WiFi en colegios de Infantil (diferentes de los de primaria) donde hay niños menores de 3 años. Que en los centros de primaria, se debe apagar la WiFi si no se está utilizando para actividades digitales pedagógicas. Y que si se quiere poner una nueva instalación, se debe comunicar al Consejo de Escuela. (Algo parecido al Consejo Escolar). Esta medida va encaminada a poner freno al despliegue salvaje de campos electromagnéticos por doquier. De hecho el texto también regula el uso del WiFi fuera de los centros educativos prohibiendo su instalación en las viviendas, zonas de descanso y de juegos donde haya niños menores de 3 años.

No obstante queda por concretar qué hacer con el cúmulo de radiaciones electromagnéticas que reciben las personas, aunque en su domicilio no tengan WiFi, ya que el conjunto de emisores que les rodean los generan. La prueba del algodón, sobre todo en grandes ciudades y barrios populosos, consiste en activar en el ordenador o en el móvil (digital) la búsqueda de redes WiFi. Absorto quedan quienes observan un listado enorme de dispositivos que están en ese momento llegando al terminal utilizado y evidentemente “bombardean su cuerpo”.

Si a ello unimos las radiaciones que emiten los nuevos contadores de la luz y las antenas de telefonía móviles (si están a cierta distancia del hogar o del lugar de trabajo) el coctel (nada saludable hasta que se demuestre lo contrario) está servido. De hecho el cambio obligatorio de los contadores de la electricidad, que pone de manifiesto el auténtico monopolio que sobre este bien público ejercen empresas privadas, ha producido un aumento de los niveles de exposición de las personas a las radicaciones electromagnéticas. Buscar en internet sobre este asunto general decenas de miles de “sitios” que publican y ello es prueba inequívoca de que no está nada clara esta cuestión. Uno de estos es http://www.asides .es/Pdf/contadores.pdf. De hecho las compañías eléctricas afirman que “No hay ningún estudio sobre los efectos en la salud que pueden producir estos contadores” y concretan que los contadores de la electricidad no se comunican a través de una red WiFi, ya que lo hacen utilizando la tecnología Power Line Communication (PLC). Lo cual no supone que no generen campos electromagnéticos y sobre todo que su efecto (mucho o poco) es continuo, a diferencia del las radiaciones que generan el móvil o WiFi del hogar que se pueden controlar apagando o encendiendo.

Tres consideraciones: Primero, el hecho de que existan límites legales de exposición a los Campos electromagnéticos demuestra que éstos son perjudiciales. Segundo, que en cada país se establecen distintos niveles máximos de exposición, cuestión muy curiosa. Y por último que cuando el vecino país ya ha puesto reparos al uso de las WiFi en lugares donde debe permanecer la niñez, hora será que en este país se pongan remedios, si quiera preventivos a tanta radiación electromagnética.